Armonía racial: implicaciones para la EENILo importante es la persona, más allá de su raza, color, sexo o religiónMás allá de las teclas negras y blancas
Wagner acabó de componer el Tristán e Isolda en 1859, hace unos 150 años. Hubo un primer intento fallido de estrenar la ópera en Viena, ya que tras 77 ensayos de la orquesta, los músicos declararon al Tristán como “in-interpretable”, era una música demasiado diferente, demasiado rompedora con las reglas de la armonía tradicional. En 1865, finalmente se estrenó el Tristán e Isolda en Múnich, bajo la batuta del genial director de orquesta, Hans Von Bülow (casado con Cósima, la hija de Franz Liszt, y futura mujer de Wagner), y con la inestimable ayuda de un visionario: el Rey Luis II de Baviera, quien financió y facilitó todos los medios para el estreno. Un Rey que paso a la historia no por sus guerras, sino por su apoyo al arte. El Tristán e Isolda es el fruto del amor sublime que Wagner experimentó con Matilde Wasendock. Quizás en Occidente nunca una música se haya acercado tanto a un sentimiento. Detrás de una partitura, hay un sentimiento que el autor quiere transmitir. Un sentimiento es infinito, no se puede medir. El autor tiene que hacer un enorme esfuerzo en plasmar lo infinito, en la partitura, finita por definición. Algo se pierde en este proceso. Desde ese momento, el autor pierde el control de su obra, dependerá de cómo la interprete cada músico. Es responsabilidad del intérprete, intentar transmitir ese sentimiento primigenio del autor a quien le esté oyendo. El intérprete puede ser o no respetuoso con la partitura, primero tiene que estudiarla, tanto racional como emocionalmente, y cuando la toca será su cerebro quien envíe unas señales nerviosas a sus músculos, para que finalmente sus dedos percutan sobre las teclas, negras y blancas, del piano. Esas notas, viajan en formas de ondas por el espacio, y al final emocionan, o no, al público. Detrás de las 88 teclas del piano, hay un complejo mecanismo que logra que una serie de cuerdas vibren para producir el sonido. La octava más grave del piano, tiene sólo una cuerda, la siguiente dos, y todas las demás, tienen tres cuerdas. Si uno observa las cerca de 230 cuerdas del piano, verá que no existen ni “cuerdas blancas” ni “cuerdas negras”, simplemente cuerdas. Cuando tocamos el acorde de Tristán, decenas de cuerdas (ni negras ni blancas), vibran al unísono para transmitir ese sentimiento. Y ese es el principio que aplicamos en EENI. En África hay negros, blancos, mestizos, senufos, tuaregs, dogones, kanuris, o lobis; habrá además estudiantes o profesores turcos o chinos, pero, al igual que en el piano en donde las teclas es sólo lo exterior, lo importante es la persona, el individuo, más allá de su color, raza, sexo o religión. La EENI Global Business School no puede ni quiere compararse a una obra de arte como el Tristán. Pero EENI puede ayudar en las próximas décadas a decenas de miles de africanos a acceder a una educación superior de calidad a precios asequibles, podemos ayudarles a encontrarles un mejor trabajo, y en definitiva podremos contribuir al desarrollo socio-económico de Burkina Faso y de África. Nuestra visión es transafricana, EENI se organiza en redes de conocimiento distribuidas en los países africanos; tenemos profesores y estudiantes en toda África. Para poder ofrecer precios asequibles centramos nuestra estrategia en considerar al e-learning como una innovación disruptiva. Todas estas particularidades hacen que nuestro modelo educativo sea muy diferente al de una universidad tradicional. Y por ello, hemos implementado el principio de la Armonía racial basado en las reflexiones de James Emman Kwegyir Aggrey. Pedro Nonell, Fundador de la EENI Global Business School. Racial Harmony: implications Harmonie raciale: implications Harmonia racial: implicações c) África - EENI Global Business School 1995-2024. |